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El proceso de reticulado en joyeria

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La reticulación es un tratamiento de superficie que, a diferencia de los métodos tradicionales de golpeado, abrasión o presión, usa una técnica conocida como «fuego controlado» para lograr un relieve en la superficie de una chapa de plata u oro.

La primer parte del proceso, es la preparación de la chapa a través de un sistema llamado «plateado por eliminación» o «enriquecimiento de superficie», que consiste en generar una delgada capa de plata 1000 u oro 24k en la superficie de una chapa, mediante la eliminación del cobre en esa parte de la aleación. Este método también es aplicable a las aleaciones de oro que contengan cobre u otros metales solubles en ácido sulfúrico (en este caso se llama «dorado por eliminación), siendo una de las mejores la aleación de oro rojo. Contrariamente, la aleación de oro verde realizada con plata no es posible de enriquecer y, consecuentemente, de reticular. Las mejores aleaciones para reticular son aquellas de bajo título, 800/850 para la plata y 12/14k para el oro, aunque esto genera un problema «legal», ya que es imposible de determinar el título final de la pieza y por lo tanto no podrá ser sellada consecuentemente. Solo en caso de utilizar un título legal desde el comienzo se podrá sellar la pieza, ya que sabemos con certeza que el título final será siempre mayor al de la aleación original. Por otra parte, en el caso de la plata, el máximo título con posibilidad de ser reticulado es el de plata 925.

Para esta primer parte, se debe trabajar sobre una peluca de alambre o enrejado metálico apoyado sobre refractario. En este caso se utilizó lo último, aunque la peluca calienta más rápido y permite acelerar el proceso. Siempre se deberá usar materiales y herramientas totalmente limpias, ya que al trabajar la chapa cercana a su punto de fusión, la «basura» e impurezas de las superficies que entren en contacto con ella quedarán adheridas y contaminarán el metal de forma irreversible. Si se elije el método del ladrillo refractario, lo ideal es conseguir uno nuevo o, mejor aún, un refractario «nido de abeja» donde no se adhieren las impurezas y permanece eternamente limpio.

Para el enriquecimiento de superficie, la llama utilizada debe ser muy «dura» u «oxidante». Es el tipo de llama que se forma con mucha entrada de aire en el soplete y que, como su nombre lo indica, oxida los metales presentes en la aleación. El objetivo de este proceso es oxidar el cobre superficial presente en la aleación de plata 925 con la que se está trabajando, de manera que éste sea disuelto al sumergir la pieza en ácido sulfúrico, logrando una capa muy delgada de plata 1000 en la superficie.

Este proceso es sumamente antiguo. Se conoce que los indios americanos utilizaban este método al que llamaban «tumbaga» con aleaciones de oro menores al 10% y lograban una superficie totalmente dorada.

Usando el soplete se debe llevar la pieza a una temperatura aproximada a la de recocido, pero utilizando llama oxidante. En los primeros ciclos del proceso la pieza tomará un color gris oscuro, que irá atenuándose a medida que se vaya repitiendo el proceso.

El siguiente paso es enfriar la pieza con agua para luego volcarla en ácido. No es recomendable sumergir la pieza caliente en ácido directamente. Si bien se blanquea mucho más rápido, después de oxidar la pieza la superficie queda muy porosa. Esto provoca que el ácido penetre bajo la superficie pudiendo atacar también la plata, o dejar residuos de ácido riesgosos para quien utilice la pieza. También aumenta el riesgo de accidentes por salpicaduras, genera vapores de ácido que se liberan al aire del ambiente de trabajo, oxidando prematuramente las herramientas y generando un entorno antiecológico e insalubre.

Una vez que el ácido sulfúrico blanquea la pieza, se extrae y se limpia suavemente con cepillo de bronce bajo el agua corriente para eliminar restos de ácido al mismo tiempo que se compacta la capa superficial.

Este ciclo de calentar a soplete, enfriar, blanquear en ácido y lavar se repite de siete a diez veces hasta que el soplete no logre ennegrecer la superficie de la pieza. Ahí sabremos que nuestra capa superficial esta cerca de ser esa lámina compacta buscada de plata 1000. Entonces pasamos al siguiente paso, que es el reticulado propiamente dicho.

Un dato importante a tener en cuenta es que para reticular se trabaja al límite del punto de fusión de la aleación (esto se conoce como «fuego controlado»). Es por ello que si el fuego es poco, la chapa no podrá reticular, pero si el fuego es mucho se corre el riesgo de fundir la pieza. Lo que se busca es llevar la pieza a un punto donde se obtenga un núcleo de metal líquido, que al tener diferente punto de fusión que la superficie y al enfriar más lentamente cree tensiones superficiales que «arruguen» la pieza. Para ello, se trabajará con llama neutra, que consigue el mejor balance entre temperatura y cuidado de la pieza. Una vez que la pieza se va acercando al color rojo por acción de la llama, se comienza a mover el soplete buscando este juego de tensiones superficiales. Se puede identificar este momento en el que el centro está fundido porque la superficie pareciera que «se moja» creando una «piel» que se mueve levemente. En ese momento crítico se deberá mover la llama hacia los bordes intentando generar la mayor tensión, para que al enfriar, el metal se arrugue.

Para lograr distintos efectos, se pueden usar pátinas que toman muy bien por el relieve de la superficie. Si se busca una superficie pulida es preferente el uso de cepillo de bronce al trabajo con paño en la pulidora.

Al quedar una superficie enriquecida (en este caso plata 1000), la pieza es mucho más resistente al ennegrecimiento por óxido.

También se puede jugar con la textura del reverso de la pieza, que si es apoyada sobre un refractario liso, no tendrá textura, pero al ser apoyada sobre superficies texturadas como por ejemplo, una batea de arena, copiará la textura de esta. Otras posibles texturas pueden ser el refractario tipo panal de abeja, o el fino granulado de un crisol para platino.