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Los tesoros de la antigua babilonia

Noventa kilómetros al sur de Bagdad, en el corazón de un gran valle rodeado de palmeras y cruzado por el río Éufrates, nació hace 5000 años la ciudad de Babilonia. El Museo del Louvre de París propone un fascinante viaje a esta cuna de nuestra civilización y a los mitos que la rodean, en la primera exposición jamás organizada sobre la misteriosa villa mesopotámica. La muestra podrá visitarse en la capital francesa hasta el 2 de julio. Después viajará al Museo de Bérgamo de Berlín y a finales de año recalará en el Museo Británico de Londres. París estrena pues esta manifestación única, que pone de relieve que la historia real de la que podría considerarse como la madre de todas las ciudades está lejos de la leyenda. La exposición muestra cómo, a lo largo de los siglos, se ha construido un imaginario en torno de Babilonia  como ciudad abandonada al libertinaje, símbolo de todos los vicios. El Louvre se propone reparar esta mala reputación. Ni los objetos, ni las obras de arte ni los textos confirman esta imagen alimentada por la Biblia y los clásicos, que durante mucho tiempo fueron las únicas fuentes de información. Es cierto que los reyes de Babilonia tenían la mala costumbre de hacerse representar con las cabezas cortadas de sus prisioneros. Y también que sus dioses se  mostraban a menudo crueles. Pero no es menos verdad que el imperio babilónico fue ante todo el lugar donde se alumbraron las primeras leyes, las matemáticas y la astronomía, el lugar donde se inventó laisión del  círculo en 360 grados y se distribuyó el año en 12 meses. El teorema de  Pitágoras, las raíces cuadradas y las ecuaciones se enseñaban en las  escuelas, así como la escritura cuneiforme. La ciudad estaba dotada de un  sistema de riego artificial que ni siquiera los egipcios habían imaginado y  de una estructura urbanística –construida con ladrillos de arcilla– digna de la más sofisticada de las villas romanas. Así lo demuestran los textos y las representaciones –en su mayoría talladas en piedra– de las 400 obras  recopiladas en la exposición, venidas de las colecciones diseminadas en 13  países. Restos arqueológicos, que van desde la famosa estela de basalto negra  con el código de Hammurabi que abre la exposición a las joyas, jalonan el recorrido. La visita permite reseguir la evolución de Babilonia desde su nacimiento, hace 5.000 años, hasta su caída en el primer siglo de nuestra era bajo Alejandro el Grande. La leyenda negra de la ciudad, sembrada durante el imperio, es recreada en la segunda parte de la exposición. El episodio de la destrucción de Jerusalén bajo el reinado de Nabucodonosor y la deportación de su población a Babilonia, recogido en la Biblia, es explicado a través de las numerosas obras inspiradas en la historia de la megalópolis. Artistas como Monsu Desiderio (1610), John Martin (1820), Delacroix (1828) o William Blake (1795) reproducen escenas basadas en el imaginario de la ciudad viciosa. Una cierta rehabilitación se produce en la época de Voltaire, que dedica una tragedia a uno de los dioses babilónicos, y en el siglo pasado fascina a cineastas –inspira la ciudad de Metrópolis de Fritz Lang– arqueólogos y arquitectos como Frank Lloyd Wrigth, que en 1957 trabajó en una extensión de Bagdad para convertirla en “la Babilonia de los tiempos modernos”